La mujer se levantó en su celda, era una habitación sin apenas adornos excepto su camastro, una jofaina con agua fresca y un gran baúl. Vestía con ropas sencillas, tan sencillas como ella, sencilla que no simple. Su vida era servir, servir al Dios en el que solo ella creía, un Dios que recogía todo el dolor, desesperanza y lágrimas de los desesperados para darse fuerza. Un Dios que más que un ser divino era una fuerza de la Naturaleza y que ponía en una balanza el bien y el mal para compensar cada acto con una respuesta.
Ella se había desviado del camino cuando era joven, había desoído las llamadas de su Dios y había jugado con un lado de la balanza, había servido con pasión al lado más oscuro y ahora tenía mucho, mucho que pagar. Había huido una noche hacía ahora casi una vida rescatando una vida que era inocente, esa vida, ahora florecía como un hombre hecho y derecho en el pueblo. Su vida solo se la había confiado a la mujer del Concejo, su única amiga, alguien que entendía la senda del mal también, que comprendía los senderos ocultos y profundos del alma humana. Se había convertido en su Sombra, unas veces anciana, unas veces joven, hombre, mujer, niño, niña…¿qué importaba eso si el rostro, la carne eran solo arcilla en manos del Dios de los Muchos Rostros?
Salió del cuarto en mitad de la noche, silenciosa, invisible, hermanada con la Noche, pequeña como una mangosta, mortal como su mordisco. Caminó por entre las calles cuando despuntaban los primeros rayos de sol y nadie se fijaba en ella, ni siquiera los soldados, guardianes de la puerta o los montaraces, ¿quién la habría podido ver si era una con la noche y el propio viento era su aliado?
Esa misma mañana, poco después, su única amiga encontró una carta escrita con una letra pequeña y menuda:
[quote font=”verdana” arrow=”yes”]
“Mi muy querida Grajo,
sabes cuanto te aprecio y cuanto he aprendido de ti en estos años, pero ahora debo marcharme, marcharme porque debo servir a alguien que es más que yo, volveré si Él lo desea y sólo cuando haya hecho cuanto debo hacer. No temas por mí por qué mi senda es justa, muerte a la Muerte, mal al Mal.
Sé que nos volveremos a encontrar cuando los vientos de Guerra que soplan amainen, volveré a Usûlun, volveré.”
[/quote]
Grajo corrió a la muralla para intentar alcanzarla, pero fue en vano y aun así alzó la mano despidiéndose de ella para que el viento traicionero a veces y amigo otras llevase su gesto lejos.