Fangril sujetaba la mano de Gulthar mientras veía como la vida se le escapaba sin remisión, el joven clérigo parecía mucho mayor con la sangre propia y ajena cubriéndole los ropajes, se había retirado el pelo de la cara y su mirada parecía desesperada. Gulthar no tenía ninguna herida, nada, pero sus sus ojos, los ojos de aquel valiente se volvían vacuos, privándolos de vida.
El yelmo de Lobo yacía a un lado, aquella cabeza parecía observarlo retándolo, presto a arrebatar la vida al guerrero y lanzarlo a las garras de los muchos enemigos que había enviado a las Sombras. Pero, ¿qué le ocurre? ¡Señora, dame la luz del conocimiento, dame tu paciencia y tu sabiduría! Pero aquel rezo cayó en saco roto, no sabía que le ocurría, los muchos libros, las horas de estudio, la magia que atesoraba, todo ese esfuerzo no valía para arrancarlo de las garras de la muerte.
¿Será su alma?, ¿le han arrancado el alma como cuentan que pueden hacer los más viles siervos del Señor Oscuro? No, no es eso pues sería una cáscara vacía.
– “ssssmmmmmm”, el aire se le escapaba a Gulthar. Fangril se inclinó sobre él para secarle el sudor de la frente en mitad de aquella ventisca. Espinonegro lo cubría con el escudo para darle una protección suficiente si el Arquero volvía a disparar. El clérigo lo miró durante un instante, sorprendido, pues había sobrevivido a un combate contra un demonio mayor, una proeza que apenas estaba al alcance de unos pocos. El Yunque le daba la espalda dándole algo de solaz contra el viento que le mordía con fiereza, aquel enano que era tan duro como la propia piedra de la que había nacido, había roto con su gigantesco martillo las armas del enemigo dándole al Escudo la ventaja que buscaba. A Adrahil lo había perdido cuando el duro montaraz se internó en la tormenta para buscar a los demás, que genio y que voluntad guiaba a aquel hombre para lanzarse al vacío en pos de los demás, hosco y fiero, atesoraba el conocimiento de tiempos remotos y hablaba como un erudito.
– “mmmmmmfrrrrrrío”, susurró Gulthar con un esfuerzo descomunal. ¿Qué?, pensó Fangril, aquel hombre que podía pasearse en mitad del Páramo sin proferir una queja…pero qué…
– “Por Varda”, susurró.
– “¡usûluni!”, gritó en voz alta para que lo escuchasen sus dos guardianes.
– “Tenemos que regresar a Imladris, su alma, su espíritu, su voluntad casi se le ha arrebatado por completo, tan sólo queda en él un fragmento pequeño que lo alimenta”.
– “¿Cómo ha ocurrido?”, preguntó Din con voz de trueno.
– “No lo sé, pero creo que la muerte del demonio desató una magia tan poderosa que casi estuvo a punto de matarlo, le han arrancado el alma casi por completo, casi por completo…”
– “¿Puedes hacer algo, Fangril”, resonó la voz de Sunthas dentro del casco.
– “No, no lo sé, si es lo que sospecho…”.
Todos se callaron meditando en las palabras de Fangril.
-“Varda, dame las fuerzas y la sabiduría que me falta, dame la voluntad para resistir las terribles pruebas que nos aguardan”, Fangril tembló pensando tan sólo en que sus pies hollaran el Palio.