El viaje desde minas Anguen fue veloz, todo estaban sumidos en sus cavilaciones. Había sentimientos enfrentados. Por un lado la esperanza de que los compañeros volvieran a estar juntos y por otro lado que esa esperanza se tornara en quimera y tan sólo fuera un espejismo arrastrado por un sueño en común que englobaba los deseos de todos.
En el grupo se podía vislumbrar una fría indiferencia entre los miembros, la pérdida de dos de los usûluni había creado diferencias entre varios miembros del grupo. Dîn centrado en su mina apenas visitaba el pueblo y las relaciones con Lady Grajo se habían vuelto formales, atrás habían quedado las palabras alegres y los consejos de uno al otro. El montaraz, más taciturno que de costumbre, estaba alejado de ellos aunque en ese momento su montura estuviera a escasos metros.
Sólo algo unía a los antiguos compañeros y amigos… La nueva generación. Calabdur, Rhion, embargados por el honor de cabalgar junto a sus héroes, la esperanza de poder reencontrarse con sus seres queridos y el temor a lo que les espera en el sendero de los muertos.
El grupo formado por Din, Fangril, Grajo, Rhion, Calabdur, Adrahil y Forak voló hacia su objetivo. Los Senderos de los muertos, un lugar maldito al que nadie acudiría si no fuera arrastrado por una razón, una esperanza. El camino que normalmente se recorre en una jornada a caballo, es recorrido en apenas dos tercios de ese tiempo. Nadie habla, apenas unas miradas de complicidad e interrogantes entre Calabdur y Rhion. Hasta el mismísimo Forak está callado y serio. Él no entrará, lo ha dejado claro…-Voy para cuidar las monturas, sois capaces de dejarlas a su suerte en ese maldito paraje. Aclaró antes de iniciar la marcha.
Acampan casi a la entrada del sendero, Forak mira de reojo el paisaje, nunca le han gustado los lugares malditos. Pero todo sea por sus amigos. Grajo con la capucha de su capa puesta encabeza la comitiva, no hay ni un vistazo atrás, no hay tiempo que perder. Ingieren los hongos del ritual…
…todo cambia, la luz es grisácea los brillos son en tonos azul oscuro, las imágenes apenas tienen contornos definidos, sólo una persona se ve diferente a los demás, Fangril. Parece estar rodeado de un halo dorado que recubre su figura. Todos se miran, todos menos ella, casi sin esperar al resto se encamina al inicio del sendero. Fangril la sigue de cerca. Llegan a un punto oscuro bañado por una tenue y fantasmagórica luz verdosa. Ella y Fangril continúan sin problema, el resto duda varios segundos. El montaraz y Dîn aprietan los dientes y avanzan, no sin un gran esfuerzo.
Calabdur tiembla, pero se repone rápidamente para continuar. Pero Rhion, el antiguo templario, esta petrificado, el pánico se dibuja en su cara. Calabdur se acerca a su amigo y posa su mano en el hombro de aquel que ha sido su mejor amigo en estos años. Y su tacto parece ayudar a que Rhion pueda comenzar la marcha.
Se adentran, en el interior todo esta bañado por una luz grisácea parecida a la que vislumbraban fuera, las sombras son de un color azul y parecen tener vida propia. Se oyen voces y pisadas, algunas huyen de la luz que envuelve a Fangril, otras parecen seguir al grupo e incluso parece que se mueven entre ellos intentando separarlos. Oyen sus voces, pero al mirar hacia el sonido no ven a nadie… Siguen caminando…
Las sombras parecen tomar consistencia, se mueven en el límite de la visión, lo suficiente como para no poder definir qué es lo que se ha visto durante una fracción de segundo. Dîn mira a Adrahil, el montaraz lleva la mano en la empuñadura de la espada, sus nudillos están blancos de ejercer fuerza sobre el arma. – Se está controlando, piensa el enano. Cúal es su sorpresa al mirar hacia abajo y ver su mano en el pomo del yunque de usûlun, su mano también tiene los nudillos blancos por la fuerza con la que sujeta el arma.
Fue rápido, un rostro se materializa a escasos centímetros de Rhion y grita. El joven queda petrificado, todos se vuelven… No, todos no, ella solo detiene su avance, Fangril acude junto a Rhion. Su rostro presenta un color cerúleo, sus ojos desorbitados miran al lugar donde segundos antes se había materializado la faz del espectro. Fangril le habla despacio, como el que acuna a un bebe, la calma va poco a poco apareciendo, Rhion ha dejado de temblar, pero sus ojos miran alrededor desconcertado. El grupo es consciente en ese momento de qué les rodea.
Miles de figuras rodean al grupo, pero no poseen la consistencia física, la luz atraviesa sus maltrechas y antiguas figuras. Un ejército de malditos les espera, algunos se dirigen a ellos portando armas, otros los miran desde la distancia, pero en sus ojos sólo hay una idea… la envidia por un cuerpo vivo, el deseo de sangre.
Ella reanuda su marcha, Fangril alienta a todos y los urge a que le rodeen. Las figuras no toleran la presencia de este y aunque algunos se resisten durante algunos segundos, todos acaban apartándose de su camino. La opresión que generan las figuras es palpable. -No sois bien recibidos, susurran. –No saldréis vivos de aquí, seréis como nosotros. Se oye en la distancia.
Llegan cerca de lo que parece ser un trono escavado en la roca, allí sentado una figura. Y a su espalda dos sombras blanquecinas. A medida que se acercan pueden ver que las sombras blanquecinas son las figuras de sus amigos Sunthas y Gulthar. – Parece ser que esas son sus almas, aunque no son ellos propiamente, no nos reconocen. Fangril le susurra al grupo.
Un grito resuena en el lugar, las pocas fuerzas que evitaban que el grupo se paralizara se esfuman, sólo ella y Fangril se mantienen firmes. La figura del trono se alza, parece un gigante aterrador, porta una corona y sus raídas vestiduras parecen una ridícula imagen de las que fueron en vida, regios ropajes.
La fantasmal figura ríe, en sus carcajadas un mensaje de muerte. – ¿Mortales aquí?, ¿osáis perturbar nuestro descanso? ¿Qué buscáis aquí que no sea la muerte?
Ella por fin reacciona y habla, a la vez que descubre su cabeza. –Venimos por el alma de nuestros seres queridos, todavía no ha llegado la hora de que cumplan su juramento, todavía no han perecido. Habla Grajo con una potente voz que más que solicitar, ordena.
El resto mira a Grajo y ve que lleva un casco muy conocido por todos, y ese recuerdo parece borrar de sus corazones el miedo y alentar la esperanza por aquella empresa.
-¿Tú, mujer, vienes a ordenarme que libere a mis dos recientes adquisiciones para mi ejercito? ¿Qué te une a ellos para osar despertar mi cólera? Contesta la figura con un cariz jocoso.
– Lo que me une a ellos no es de tu incumbencia, el trato no está completo así que no puedes reclamar sus almas todavía. Contesta Grajo mirando a la figura del trono.
– Si las condiciones del Juramento no se han cumplido no puedes retenerlos. Grita Fangril.
-Tu señora no tiene poder aquí para reclamar nada. Tú no tienes poder para ordenarme nada, medio elfo. Ellos me juraron venir cuando murieran y aquí están, se ha cumplido el juramento y aquí permanecerán. Contesta el señor de los espectros.
La voz de Grajo resuena nuevamente, aunque todos pueden percibir un atisbo de desesperación. –Ellos no están muertos, sus almas todavía están unidas a sus cuerpos. Le reclama al espectro.
-No os preocupéis, esa unión durara poco y estarán aquí por completo. Le responde la figura del trono con un tono de aburrimiento en su voz.
El sonido retumbó como si fuera una campana, los espectros sacaron sus armas y hasta el mismísimo señor de los espectros miró horrorizado al grupo. El sonido que se había escuchado era la espada de Adrahil al salir de su vaina. – ¿Vosotros pretendéis dar lecciones de cómo se cumple un juramento?, ¿vosotros, los quebrantadores del Juramento? La voz de Adrahil resonaba como si hablara en una bóveda vacía. –¿Reconocéis esta espada? Fue empuñada por uno de los que os maldijo, uno de los que murió esperando que cumplierais el Juramento, ¿y ahora Tú pretendes volver a romper un juramento? ¿Quieres ser dos veces maldito? ¿Lo queréis todos? ¿Acaso cuando se os reclame que cumpláis aquello que no cumplisteis en vida, volveréis a quebrantarlo? ¿Acudiréis a llamada cuando el que ha de venir despliegue el estandarte de la casa de Elendil y aquello que estaba roto vuelva a ser uno?
-Acudiremos cuando se nos llame en la piedra de Erech, es lo que estamos esperando Montaraz. Dijo el espectro con un tono de cansancio en sus palabras, y las dos figuras que estaban a sus espaldas desaparecieron. –Ahora marchaos de aquí y no volved. Dijo alzando la voz. –No, grito el montaraz, yo volveré, y recordad esta espada que será testigo de que cumpláis el juramento. Dicho esto el grupo dio media vuelta, los espectros se apartaban del camino pero no había rabia en sus rostros, algunos jurarían después que habían visto esperanza en los ojos de los espectros tras la alocución del montaraz.
Al volver junto a caballos encontraron a Forak cepillando a uno de ellos. Él los miró y no dijo nada. Grajo se quitó el yelmo con forma de cabeza de Lobo y miro al grupo, Dîn la miró y de manera casi imperceptible bajo la cabeza, asintiendo por su idea de traer aquella querida reliquia. Montaron en silencio y despacio fueron abandonando el claro donde habían dejado sus monturas al cuidado de Forak.
Adrahil se quedó el último. Cuando pensaba que nadie le observaba, miró sus manos, temblaban, no podía controlarlo, aquello había sido más de lo que esperaba, hablar con el Quebrantador del Juramento y reclamarle el alma de sus dos amigos. Alzó la vista y allí estaba ella, lo observaba. Sus miradas se cruzaron, ella se llevó la mano al pecho y sonrió. Un gesto de agradecimiento y un regalo… su amistad. Las cosas parecían volver a su auténtico cauce.
Adrahil se volvió hacia el sendero que acababan de deshacer, y allí en el límite de la vista, una figura envuelta en girones de regias ropas y portando una corona hacia guardia esperando a aquel que ha de llegar…
Emprendieron la marcha raudos, los caballos estaban descansados como si no acusaran la cabalgata que los había llevado a los Senderos de los Muertos horas antes. No hablaron pero en sus corazones sabían que algo había cambiado, tenían la esperanza de volver a ver a sus amigos, pero si no fuera así tenían la certeza de que el alma de sus compañeros no estaba en aquel lúgubre y oscuro lugar donde habitaban las almas de los Quebrantadores del Juramento.
A mitad del recorrido de vuelta vieron a lo lejos un par de jinetes que se dirigían hacia ellos a todo galope. Eran Haedrec y Tirrin, el primero con lágrimas en los ojos se dirigió a Grajo. –Tenéis que venir rápido ha pasado algo increíble. Grajo espoleó el caballo y cabalgó rauda hacia el horizonte. Calabdur y Rhion la siguieron al instante casi sin esperar al resto. Haedrec volvió grupas para seguirlos cuando Adrahil habló. –Vas a reventar al caballo toma el mío. El grupo deseoso de seguir a aquellos que se habían marchado esperó el cambio.
Haedrec agradeció el gesto gritándole al viento mientras ponía al galope su montura para alcanzar al resto. Tirrin y los demás iban a seguirlos cuando Adrahil interpuso la montura en el camino y habló. –¿Por qué no les damos un tiempo de intimidad?, no se van a marchar sin nosotros, otra vez no. Todos se miraron sonrieron y marcharon despacio, como el que camina por el campo después de saber que todo está bien. Y aunque sólo fuera por un momento todo estaba bien.
Llegaron a Minas Anguen casi al anochecer, todo estaba preparado para pasar la noche, encaminaron sus pasos hacia las habitaciones que les había cedido la Vidente. Y al entrar los vieron, allí abrazado a Grajo estaba Sunthas, ella no tenía en su rostro rastro alguno de la frialdad que portaba en las semanas previas, a Adrahil le recordó una escena parecida en la arboleda de usûlun. Gulthar los sorprendió por detrás, típico de él, y las risas llenaban la habitación alejando los días oscuros que siguieron a la perdida de los compañeros que estaban otra vez presentes. Dîn se fundió en un abrazo con Sunthas Y Gulthar alzó en el aire a un desprevenido Fangril. Todo volvía a ser como antes, entre tanta algarabía el montaraz observaba desde la puerta a sus dos compañeros de armas charlando con Dîn y Grajo. En un momento las miradas de Sunthas, Gulthar y Adrahil se cruzaron, el montaraz hizo una leve inclinación de cabeza, sonrió y salió al patio para sentir el aire en la cara. Los dos usûluni entendieron el mensaje… Bienvenidos Amigos.