La noche transcurrió plácida, el Sabio no era tan parecido a Radagast como pensaban sino que era cercano y amable, enigmático como un secreto no resuelto. Todos les pidieron que narraran los hechos que les llevaron a arrojar el Martillo a la sima ardiente de Dol Guldur, de como llegaron hasta el Bosque Negro y encontraron Rhosgobel, de como conocieron a los valientes jinetes de la Marca y así, de forma sencilla y apenas esperada, volvieron a vivir aquel lejano viaje que les llevó al lejano norte mucho más allá de las fronteras de Gondor.
Ya bien entrada la noche y reconfortados con el calor del hogar, se levantó el anciano enano de larga barba y sus ojos brillaban de asombro ante las modestas palabras que los usulûni habían nombrado para referirse a un camino tan pesaroso. “Soy Dolin de Tul Harar”, dijo, “he llegado aquí desde tierras lejanas, desde el Lejano Harad siguiendo un viejo deseo, volver a la que fue la morada de los padres de mis padres, Zarak Dum, y no puedo más que pediros que me acompañéis, ningún enano se habrá visto jamás tan bien escoltado, ni contará a su lado con hombres más honestos que vosotros”
Así narró la caída de Zarak Dum, la joya del norte, y como su casa se había dispersado y de como estando ya en el ocaso de su larga vida deseaba volver a ver los grandes salones del hogar de sus ancentros. “De ninguno forma os consideraré unos cobardes sí rechazáis mi propuesta, pues todos hemos escuchado vuestras palabras y no hay mentira en ellas, pero si consideráis partir conmigo os prometo entregar a cada uno de vosotros una veintaba parte del tesoro que encontramos bajo las bóvedas y uno, solo uno, de los tesoros que allí se guarden”
Los usulûni se miraron, Adrahil se adelantó y dijo en el lenguaje secreto de los enanos, “Senki sem kappot soha ilyen nagy fai. Megyünk…”. “Megyünk”, dijeron todos y levantaron sus copas, “iremos”, brindaron.
Y fue así, o al menos así está escrito, como los usulûni una vez más se prepararon para el viaje y durante una larga o corta semana, según quien la cuente, se prepararon para tan largo camino. Leyeron viejos mapas, hablaron con marineros, pasearon con Spá y Olorin por los muelles, y escucharon los cuentos e historias de Dolin. Entonces una fría mañana de noviembre, subieron al Calamidad, aquel extraño barco de madera negra y se reencontraron con aliados de otras búsquedas, el capitán Vengaree, Haldir el Cojo, Idris la dulce y Urvalt, el piloto; conocieron a la Dama Ethudil, noble de la ciudad y propietaria de barco y a Lomelindë, su bella hija.
Así, una vez más, se despidieron en los muelles de sus aliados y amigos, subieron la pasarela y saludando con el brazo se alejaron de Dol Amroth.