Grajo estaba asomada a la muralla observando el inmenso campamento a las afueras de Usûlun, había crecido tanto que superaba en mucho a los habitantes de la ciudad.
Podía oler la desesperación en el aire, la misma que a ella y a muchos otros los había guiado por primera vez hasta estas tierras huyendo de un futuro incierto en la capital, ¡qué lejos quedaba ahora todo eso! Esa misma sensación casi se podía tocar en el ambiente cuando una se asomaba a las casas de madera y tiendas que abarrotaban la llanura junto a la Colina de las Lanzas, unas construcciones que cada vez más le recordaban a la Ciudad de Madera a las faldas de la Ciudad Blanca.
En aquellos tiempos, poco después que su marido y amigos partieran al Norte, las cosas empezaron a ir mal. Primero murió La Rosa y hasta poco después de su enterramiento no supieron cuanto los había unido el anciano, era el pegamento que mantenía unida a la comunidad y muchos de los habitantes lo consideraban el padre de Usûlun mucho más que Sunthas y ella misma. Solo se había podido permitir llorarlo una noche, aquel que había sido como un padre para ella había muerto plácidamente mientras dormía con una sonrisa pintada en el rostro y los había dejado huérfanos y solos.
Poco después comenzaron a llegar los primeros refugiados al igual que ocurría en Ethring o Erech, huyendo de las fronteras del Reino y buscando un lugar más seguro donde vivir. Pero Usûlun había superado con mucho su capacidad para crecer dentro de las murallas así que, como la capital, habilitó grandes terrenos a las afueras para el asentamiento de casas sólidamente levantadas por los Maestros Enanos, adoquinó calles, habilitó un alcantarillado y dotó de dignidad a aquellos que llegaron poco a poco a las murallas. Pero cuando más necesitaba a los pequeños y duros herreros, cuando más podía echarlos en falta desaparecieron.
Fue una fría mañana de enero cuando descubrieron las puertas cerradas y selladas. Ningún ruego, llamada o cántico las abrió. Ningún mensajero los encontró ni mensaje llegó de vuelta. Solamente pudieron atisbar una visión fugaz de su destino en las visiones de Aeguen, los enanos viajaban al norte rápido y silenciosos atravesando las Montañas Blancas en pos de un sueño largamente pospuesto, un hogar que volvía a acoger a los suyos. Muchas, muchas más cosas ocurrieron desde aquel lejano día hacía ya tres años. La primera ejecución de un criminal, los primeros disturbios y los primeros sinsabores del mando con un Concejo sometido a la presión de la falta de ingresos desde las minas.
Pero aquel día donde tuvieron la visión de sus seres queridos despidiéndose, aquellas ilusiones la despertaron del sueño en el que había vivido durante todo ese tiempo. Gulthar, Adrahil, Forak, Fangril, Din y su amado Sunthas habían desaparecido para siempre. Se quitó el colgante que siempre tomaba cada noche para dormir, lo miró durante un instante esperando algo, una señal, pero nada ocurrió. Se escuchó un grito en la noche que venía de los campamentos y que la devolvió a la realidad, desde allí puede ver a la guardia moverse con rapidez. Tomo aliento, espero un segundo más y lo lanzó con todas sus fuerzas a las frías aguas del riachuelo.
Los maldijo a todos por haberles dado esperanzas y haberlas segado.