Apenas unas jornadas después doblaban el último recodo del camino de los acantilados que lentamente se desgranaba hasta la ciudad del Príncipe. Sin pausa caminaron hasta el Taller y Herrería de Tarminion Spa, el mejor herrero y orfebre de la ciudad que, en otros tiempos, les fue de tanta ayuda y dió tan buenos consejos.
El taller se encontraba cerrado, la lluvia arreciaba fuera y el viento cargado de sal llegaba desde el puerto, un criado ataviado con un pesado capote les abrió e iluminado con un fanal les acompañó hasta el interior del estudio. Mientras se deshacían de sus capas y gorros y entraban en calor les llegó el rumor de risas y conversación desde el estudio del anciano herrero. El olor a pipa llenó a Adrahil de recuerdos de otros lugares y recordó cuan extraño era ver esas costumbres en los hombres de Gondor. El criado llamó a la puerta y abrió, un calor acogedor los recibió y el olor a humo, alcohol y viandas los revivió. Sentados junto a la lumbre y compartiendo un brandy y una pipa estaban Amondil, escudero de Dol Amroth, el propio Tarminion Spá, un enano de larga barba blanca y ojos sabios y un anciano de cabello blanco, nariz aguileña y raídas vestiduras grises.
“Por fin los tan famosos usulûni, cuanto había oído hablar de vosotros y en que términos tan elogiosos. Por fin nos conocemos, soy Olorin”, rió Gandalf.
Excelentes aportaciones!