¿Todos recordáis de la noche anterior donde nos encontrábamos verdad? Sí, lo sé. Algunos ya anoche me decíais que no queríais quedaros en ese punto, más, la historia es larga y no era menester dejar de dormir.
Os contaba que tras un encuentro con unas terribles criaturas, decidimos volver a la pequeña torre en la boca del río. Que tras buscar una entrada a la misma por todas partes, nos fue imposible encontrarla. Por lo que escalamos hasta la parte superior y en ella encontramos un techo de cristal. A través de él veíamos mucho polvo en la habitación. Parecía abandonada desde hacía tiempo.
Deliberamos un buen rato, Gulthar, Sunthas, Adrahil y yo. Incluso Forack y el maestro Dolin estuvieron de acuerdo con la decisión. Era menester entrar. Así que abrimos un hueco en el techo de cristal y bajamos. En la habitación encontramos ciertos objetos, algún libro, pero sobre todo polvo, mucho polvo.
Mientras revisábamos todo, el punto que más nos preocupaba era la escalera. Ninguno le quitaba la vista de encima. Una opresiva atmósfera nos envolvía, nos mirábamos preocupados, aunque nuestros sentidos no detectaban ningún ruido, ni se vislumbraba movimiento en la torre.
Llegó el momento que todos habíamos pospuesto buscando información en la habitación. Nos decidimos a bajar por la escalera. Lo que pasó, fue rápido, no nos dio tiempo a asimilar nada, sólo a actuar. Y eso hicimos, contundentemente.
Fuimos atacados por un ser de más allá de las sombras, que encontró en nuestras armas un final tan inesperado para él como para nosotros. Algo que nos mantuvo ojo avizor el resto de la exploración. Todo lo que encontramos fue polvo y huesos. En la planta baja nos encontramos con una imagen que nadie querrá revivir. Una gran matanza, que todavía, tras tantos años (como daba a entender el polvo y los huesos) se sentía en el aire. Posiblemente producida por un ser como al que nos enfrentamos en el bosque.
Este encuentro, junto con lo que descubrimos nos dejó una huella de desasosiego al no poder enlazar todo con una explicación.
Marchamos en silencio hacia el centro de la isla. Temíamos encontrar alguna otra criatura. En realidad la falta de animales y de vida a nuestro alrededor era una losa que pesaba sobre nuestro ánimo.
Seguimos el curso del río. Nos pareció la mejor idea, pues lo lógico es que de encontrar vida, tendría que estar próxima al mismo. Llegamos al centro de la península. Vislumbramos una ciudad. Estaba en medio del río rodeada por una niebla espesa y baja que aportaba un aspecto siniestro a la misma.
Rodeamos la zona, miramos hasta el último rincón alrededor de la misma. Todo estaba desierto. Solamente existía una forma de entrar en ella. Atravesando un puente se llegaba a la puerta. Esta estaba abierta. No se podía ver más por la espesa niebla.
Las murallas, anchas, altas, antiguas, muy antiguas estaban erosionadas por la edad más seguían siendo robustas. Un gran ejército habría sido necesario para entrar en aquella ciudad, para atravesarlas. Pero no parecía guardarla nadie, al menos nadie vivo. Acercándonos más nos fijamos en que cada cierto espacio una gárgola de aspecto sombrío se encargaba de otear el exterior de la muralla. Eran cientos, todas colocadas en la misma posición.
Y aquí comenzó una parte de nuestra aventura que os contaré mañana. Descansad tranquilos pues posiblemente tras conocerla no descansaréis tan bien. Dormid usûlunis que las gárgolas no perturben vuestros sueños…