Lond Daer, recuerdo claramente ese nombre, aquellas ruinas malditas, sepultadas bajo la ira del mar desde hace cientos de años.
Hace 8 años, poco tiempo después de que las primeras carretas se asentaran en Usûlun, partimos Gulthar, Dîn y Sunthas, para descubrir los tesoros escondidos en aquellas ruinas. Poco encontramos entonces, un puñado de monedas y un extraño candelabro que Gulthar recogió más bien por despecho, cosas de él… Y tuvimos que huir, los usûlunis corriendo, una imagen que no concuerda con los relatos de unos años para acá. Poco queda ya de los años jóvenes de esos tres aventureros. Todos han crecido, tanto en experiencia como en razonamiento, nuestras acciones son más comedidas, más estudiadas y no nos abalanzamos al combate con el espíritu del joven, sino con el temple de los años, con el orgullo de un pueblo, con la esperanza de la victoria y sabiendo que cada uno, a su modo, se sacrificara por la victoria.
Hace 8 años, poco tiempo después de que las primeras carretas se asentaran en Usûlun, partimos Gulthar, Dîn y Sunthas, para descubrir los tesoros escondidos en aquellas ruinas. Poco encontramos entonces, un puñado de monedas y un extraño candelabro que Gulthar recogió más bien por despecho, cosas de él… Y tuvimos que huir, los usûlunis corriendo, una imagen que no concuerda con los relatos de unos años para acá. Poco queda ya de los años jóvenes de esos tres aventureros. Todos han crecido, tanto en experiencia como en razonamiento, nuestras acciones son más comedidas, más estudiadas y no nos abalanzamos al combate con el espíritu del joven, sino con el temple de los años, con el orgullo de un pueblo, con la esperanza de la victoria y sabiendo que cada uno, a su modo, se sacrificara por la victoria.
Desde que partimos de Dol Amroth, hemos pasado las calamidades, y nunca mejor dicho, de la dureza del mar, pues aunque la tierra se conquista y se coloniza, no hay ser que reclame para sí mismo el mar, dueño de sí mismo y de nadie más. Combatimos con criaturas de la noche, con sierpes gigantes, con espectros ansiosos de venganza….y de todos ellos hemos sobrevivido, sin embargo muchos de los valientes marineros perecieron , muchos de ellos caídos y reclamados por el mar, como tributo por permitir que El Calamidad quiebre sus aguas. Por todos aquellos marinos, que siguiéndonos perecieron ,oraré un canto por sus almas, algunos de ellos fueron castigados por Vengaree, azotados en la cubierta del barco que sería su tumba, trágico destino… Desapruebo totalmente ese castigo, ya transmití ese pensamiento al capitán, pero él siguió las leyes del mar, castigando a aquellos que salieron huyendo de las criaturas de la noche… Muchos valientes he conocido, que con el corazón amedrentado, han huido de un enemigo, pero ya repuestos han emprendido ferozmente la batalla, sin ir más lejos mi amigo Gulthar en la ciénaga de los muertos, sé cómo es él, nunca abandonaría el combate ni huira, pero hay criaturas que siembran el temor en los corazones más duros y ¿es por eso que merecen el roce del látigo?, pienso que no. Cada cual afronta los temores como puede, y creo que el látigo no es la mejor forma de mostrarles el camino. Pienso, si aquellos marineros, castigados por el látigo de Vengaree, por huir de una criatura de tal naturaleza….¿qué merece el mismo capitán? Por arrojar los ataúdes de tres inocentes por la borda, dándole tan funesto funeral ….¿cuántos latigazos? …. Aquel que no domina su miedo, y que su alma es amedrentada de tal forma, es azotado por las leyes del mar, y ¿aquel que rompe las leyes más sagradas? Y ¿aquel que no permite dar descanso a los difuntos? Y ¿aquel que sumerge en el mar, a hijos, maridos y esposas?… Bueno, dejemos al capitán, que ya carga con su culpa, aunque sin embargo, el castigo lo padecen cualquiera que pise El Calamidad. En ello pensamos los usûlunis, que una sabiendo la naturaleza del capitán, sus hombres no merecen tal castigo, ni su esposa, ya es hora que la maldición de El Calamidad se termine. Ya es hora que después de tres años, el capitán de El Calamidad Vengaree pueda bajar a tierra.
En mis sueños hablé con los tres pobres dueños de los ataúdes, mancillados por las manos del capitán, y profanados por el oscuro mar, pues un sudario rojo asomaba entre las rotas tablas de la mortaja, un sudario rojo como prenda de cariño de unos padres a una hija, un sudario rojo como testigo . Aquellos tres que fueron rescatados del oscuro abrazo del mar. Todos descansan en las bodegas de El Calamidad, esperando que la tierra cálida les del el último suspiro que todos necesitan.
Ellos me prometieron descargar de culpa al capitán, y yo prometí darles el descanso que merecen. Por mi honor lo jure, sabiendo que mis compañeros, incluso Forak Sangresucia , aprueban y se comprometen como si de sus labios salieran las mismas palabras que yo pronuncie: “Lo juro, descansaréis en paz”