Noches frías y oscuras, donde aun con el calor de una hoguera es difícil entrar en calor. Las ropas, caladas de todo el día , apenas se secan, la armadura y la cota de mallas pesan aún más, el frío las hace más pesadas… Todos esperamos el momento del descanso, en el que cada uno casi mecánicamente se dedica a realizar sus cometidos.
Es difícil encontrar las estrellas en estas noches, las nubes cargadas de agua helada nos cierran la única visión que quizás me tranquilice en estos días.
Ni el poco calor, ni la comida caliente ni las historias verdes que nos cuenta Forak cuando el brandy le suelta un poco la lengua nos hacen más amena estas noches. Desde que murió Idris, parece que un pequeño abismo se ha abierto entre alguno de nosotros. Cada uno debe cargar con sus acciones, os aseguro que la muerte de Idris es bien liviana para mí.
Reanudamos nuestro camino hacia el norte, a Zarak Dum. En el camino, algunos granjeros nos buscaban, los motivos por los cuales lo hacían, quien los mando y sus intenciones quedaran para otro día, si es que llega, pues algo ocurrió que provoco un giro drástico en nuestra mision. Y la angustia gano la batalla a Sunthas.
El medallón de Dîn, el cual hace un liviano, pero fuerte vínculo entre mi esposa Grajo, mi hijo Calabdur y yo. Es en las noches más oscuras, en los momentos más duros y de más sufrimiento donde busco el tenue calor del medallón, dándome fuerzas donde no las tengo y sabiendo que mi familia, aunque lejos, se encuentra bien.
Pero el pecho ardió, incluso lo sentí a través de la pesada túnica, me hizo detenerme de inmediato, mis compañeros avanzaron unos pasos y se detuvieron. Me desabroche la camisola y toque el medallón, ardía como ascuas incandescentes… y un dolor más allá del que me producía el calor del medallón penetro en mi ser. Mis más profundos temores se hicieron realidad en segundos, la pena el dolor…. solo pude articular dos palabras se sentaron como un mazazo en mis compañeros: “Atacan Usûlun”…
Sin ver la reacción de mis compañeros, aunque sabiéndola de ante mano, di la vuelta a mi montura y galope…. Espolee tanto al caballo que dudo que aguantaría un día más al mismo ritmo. Detrás sentía a mis compañeros, cabalgando veloces, pues Dîn también sintió mis temores, él también poseía un medallón parecido al mío.
Gracias a que después de la mansión de los Graben, pude encontrar monturas de refresco, y ello nos facilitó mucho nuestro rápido avance, pues apenas descansábamos.
Fue en esos momentos cuando pude averiguar más acerca del ataque, gracias a mi segunda visión pude caer en un doloroso trance, y ver lo ocurrido en Usûlun. Visiones de fuego y dolor, sangre y destrucción se cernían sobre mi pueblo, una criatura negra, con enormes garras y vuelo negro quemaba y atacaba a las gentes de Usûlun. La Guardia intentaba hacerle frente, pero esta la superaba con creces, no siendo rival para la maldita criatura. La visión de Grajo en las puertas de mi casa, con Calabdur agarrado con un brazo, y una espada en la otra me estremeció y me provoco más dolor que cualquier herida que me hayan provocado. No fue hasta la segunda noche cuando mi visión nos tranquilizó…. El Campeón de Varda, el cual se retiró hace tiempo de los problemas del mundo, accedió como favor a velar por nuestro pueblo en nuestra ausencia, y fue el quien portando un poder que pocos recuerdan en esta tierra venció a la oscura criatura. Jamás podre agradecérselo tanto.
Las peripecias que tuvimos que hacer para llegar a Usûlun las obviaré, pues no queríamos volver a pisar El Calamidad. Después de un tiempo que se nos hizo eterno, aun sabiendo que mi pueblo esta ya a salvo, llegamos a Usûlun.
Lo que descubrimos a partir de ese día y las decisiones que tomo el consejo os lo narraré otro día, pues mis ojos están ya cansados y apenas acierto a escribir bajo la tenue luz de la vela. El frío y el cansancio ganan por momentos, espero que el amanecer nos traiga esperanza. Tras una breve oración guardo mis utensilios de escritura y dedico una mirada a las sombras, donde aunque no lo vea, sé que Adrahil permanece en guardia. Y arrebujándome contra la manta helada cierro los ojos.