El Calamidad era un barco extraño, de fondo casi plano, más hecho para navegar por el río, surcaba el mar y cortaba las olas como el más marinero. Tres mástiles y tres cubiertas lo hacían alejarse más de la normalidad, su madera negra traída de lugares que sólo ya eran antiguos en tiempos antiguos lo hacía parecer un cuervo salido de las más oscura noche. Adrahil había visto al Calamidad hacer grande proezas, virar con rapidez mientras crujían los maderos y atravesar el fuego de Umbar mientras ardía en el mar sin siquiera chamuscarse. El capitán Vengaree lo había ganado en una dudosa partida de cartas en Pelargir y tal como lo ganó volvió a perderlo con rapidez, el barco negro había tenido más dueños de los que nadie vivo pudiera recordar. La dama Ethudil era su actual propietaria pero había accedido a que su antiguo capitán lo gobernase para, tal vez, saldar una antigua cuenta. Cuarenta hombres duros y curtidos por el sol eran su tripulación; Idris la Dulce, su esposa; Haldir el cojo, su primero y Urvalt el deforme, su piloto. Nadie estaba más preparado para conducirlos hasta el mismísimo fin del mundo si se lo hubieron propuesto.
Los primeros días amanecieron puros y limpios mientras se alejaban de la Ciudad del Príncipe, las gaviotas seguían su estela y pronto supieron que se volverían a ver a Belewen la mercenaria, aquella mujer que los acompañó en el viaje a Tolfalas. Ahora era la comandante de Minas Tonfallon y bajo su responsabilidad estaba la protección de aquel lugar y el abastecimiento y vigilancia de los barcos que formaban parte de la flota de la Dama, esta mujer de Dol Amroth poseía prácticamente el monopolio de comercio de ámbar, marfil y aceite de ballena y la torre era un punto clave en sus rutas. Minas Tonfallon estaba situada en el extremo sur del Eryn Vorn, el cabo oscuro y era su última escala antes de navegar hasta Annon Baran y remontar el Baranduin.
Las primeras noches transcurrieron sin novedad a excepción de unas extrañas llamadas a las puertas de los camarotes y unas carreras en la oscuridad, un hombre y una niña parecían perdidos pero nadie sabía quienes eran. ¿Aparecidos en el Calamidad? Imposible, los usûluni sabían que el Calamidad era impermeable como una loneta engrasada y nada podía penetrar en aquella aura llameante que envolvía el barco cuando se observaba con la segunda visión.
El sueño de todos siguió inquieto, ninguno sabía porque una extraña niebla se arremolinaba en torno al barco, pero lentamente al principio y más rápido después se fue espesando hasta que ni siquiera Gulthar que poseía el más agudo de los ojos pudo atravesarla. Una calma total por todos esperada fue llegando casi sin que nadie pudiese percibirla y con ella las velas cayeron exánimes y los hombres contuvieron la respiración. Contra la naturaleza misma se escuchaban maderos crujiendo y atravesando el mar, un barco se acercaba.
Primero un mamparo roto y quebrado por el tiempo donde el agua pasaba como si lo reclamara sin descanso y unas velas que desafiaban la razón, podridas, exangües, muertas como la tripulación que comenzó a asomar, primero un cadáver, luego dos más y al final varias decenas de aparecidos, de muertos sin descanso; entre todos ellos un terrible espectro envuelto en un aura sobrenatural desenvainó una espada negra como la noche. “El arnoriano errante” susurró Adrahil agarrándose a la barandilla, apretó fuerte pues todo su ser gritaba para salir huyendo de aquella aparición. “El capitán Vanderen creía ser el mejor marino de todos los tiempos y atravesando el cabo de Andrast llegó a desafiar a los propios Valar que lo maldijeron por sus blasfemias a vagar eternamente dando muerte a quien se cruzase con él y sin descansar jamás…esta debe ser la arcilla de la que se forman las pesadillas”. “Sea una pesadilla o realidad, esos espectros buscan nuestras almas. Vendámoslas caras”. “Usûlun“, gritaron todos y el miedo que los atenazaba se marchó como el humo barrido por la brisa fresca de la mañana.
Y así empezó una batalla o una escaramuza como dirán otros, sea como sea un pelea cara a cara con la muerte sobre el mar, con cada grito, con cada golpe los usûluni se batieron sabiendo que no habría retirada posible ni clemencia alguna. Gulthar lo contará más adelante, de como derrotaron al terrible espectro usando todo su valor y toda su fuerza y de como durante unos instantes lo creyeron todo perdido, de como luchó la tripulación del Calamidad gritando con furia y con terror, con el miedo brotando por sus gargantas pero dispuestos a vender cara su piel. Al final la victoria les sonrió una vez más y los huesos y mortajas de los derrotados se los tragó el mar y el arnoriano errante se marchó, alejándose entre la niebla para no aparecer más hasta el final de la Edad de los Hombres.