Tras el triunfo, tras la victoria llegó la reflexión, el dolor de las heridas, las carnes laceradas, el terrible olor de la carne quemada. Continuó con la retirada hasta El Calamidad calados hasta los huesos y ateridos en lo más profundo de su ser pues aunque habían triunfado habían visto el abismo de la derrota muy cerca, Idris los recibió fríamente en El Calamidad, aquel barco de maderos negros que traía la ruina a aquel que lo capitaneaba, y discutieron sobre la necesidad de continuar o la obligación de contratar una tripulación nueva. Este hecho, que pudiera haber pasada desapercibido, trajo vientos helados sobre los viajeros, un cambio en sus corazones y silencio en sus almas. Ocurrió que descubrieron como Idris parecía escuchar los consejos entre las sombras de una terrible lobo negro vestido de oscuridad, aquel lobo que cerca había estado de dar con sus huesos en la Puerta Sur de los Senderos de los Muertos, y así y tras breve juicio le dieron muerte a la última de la tripulación de El Calamidad. Aquella acción los dividió durante un breve tiempo pues rápida y sin piedad se acabó con la nueva capitana sin cuartel, ¿fue justa su muerte?, ¿la mereció?, ¿tan negro era su corazón?
Fue Sunthas el único que no albergó duda alguna pues sintió la fuerza de su fe guiar su brazo y fue tras esto en que abandonaron el navío en las aguas del puerto y siguieron su ruta hacia el norte siguiendo la orilla del Brandivino.
Pero, ¡ay!, poco duró su determinación pues en la siguiente noche Sunthas se levantó con una terrible pesadumbre, el amuleto ardía sobre su piel, ¡compañeros alzad el campamento, volvemos a usûlun!, ¡nuestra familia peligra!