Solo los héroes son dueños de su propio destino y solo aquellos con el corazón más noble son capaces de realizar gestas, de viajar por fríos páramos movidos tan solo por la palabra.
Así los usûluni guiados únicamente por la promesa que habían hecho a Dolin de Zarak Dum tomaron de nuevo sus armas y partieron hacia el lejano puerto de Annon Baran donde la sombra de El Calamidad aún se cernía sobre el puerto. Muchas las miradas y pocos fueron los comentarios, pero sobre todos ellos se paseó la sombra de los acontecimientos en el barco maldito. Viajando hacia el norte llegaron al pequeño pueblo de Badraught, un asentamiento sin apenas nombre y sin historia donde un año antes habían dado su promesa de volver.
Aquel frío día empezó sin nada más que el miedo reflejado en el rostro de los campesinos, cada otoño los bandidos robaban sus cosechas dejándolos con apenas lo suficiente para subsistir hasta el siguiente año, los pueblerinos pobres como ratas habían vendido su futuro confiando en que estos hombres darían buen fin a la penuria que los abatía.
La crónica de aquellos días que siguieron a la llegada de los hombres de Usûlun son guardados con celo en el archivo del pueblo pues se cuenta que con astucia y sigilo encontraron el campamento enemigo y combatieron contra hombres y bestias, terribles trolls llegados de las montañas pues estos mercenarios eran los secuaces del inmortal Ardagor, Señor de la Guerra de los tiempos antiguos que había sobrevivido a la caída de su antiguo amo en el norte y que, con taimada inteligencia, había pervivido hasta los tiempos modernos. Aquellos que lo servían no conocían la piedad así que espoleados por la sangre fácil se enfrentaron a los valientes, pero, ¡ay!, ¿cuántas luchas han terminado con solo los usûluni en pie? Así fue una vez más, pero no es oro todo lo que reluce, no.
Uno de los principales servidores del Señor de la Guerra impulsaba con sus gritos y con la tormenta que lo seguía a los trolls y hombres y portaba un enorme martillo, forjado en algún profundo pozo de Creb Durga. En aquel combate, Sunthas Espinonegro fue derrotado completamente por primera vez, ni siquiera su escudo, defensa de Usûlun, pudo soportar los golpes de aquello surgido de las más antiguas montañas.
Fue sin duda una lucha aciaga, sangrienta y dura, como antes no habían visto. Cuando la criatura con el rostro cubierto de sangre cayó por los golpes de todos los hombres, no solo había roto huesos, también había roto el espíritu de un luchador.
Sunthas Escudoquebrado no portaría el escudo de ahora en adelante.