Los viajeros contaron poco de su regreso inesperado a Usûlun, con el corazón temeroso y los vientos favorables, surcaron las olas en un barco que nunca más sería El Calamidad, contando cada hora, cada anochecer y amanecer, luchando contra las bravas aguas del Cabo de Andrast, con el miedo enfriándolos cada día un poco más hasta volver a ver las primeras casas del pueblo.
El regreso fue alegre y triste al mismo tiempo, ¡qué sentimientos más opuestos y afines!, alegres por volver para abrazar y besar a los seres queridos y tristes por saber que el que era el corazón de su fuerza no estaba lejos de la urdimbre que se tejía alrededor. La pesadumbre y el miedo se reflejaba en el rostro de cada uno de aquellos que habían vivido la pesadilla de aquella noche, los tejados quemados, el suelo sucio aún de ceniza y cinco tumbas, cinco aldabonazos contra el escudo de Sunthas, cinco golpes contra el rostro de Gulthar, cinco mazazos contra la espada norteña de Adrahil, cinco cicatrices en la cara de Forâk, cinco dedos menos en la mano hábil de Din.
Todos los esperaban en la casa común y las formalidades desaparecieron entre la maraña de brazos y abrazos, de besos y caricias de la familia, del caldo caliente y vino, el hogar. Camlan, Tirrin, Aeguen y Marendil hablaban entre ellos, La Rosa y Grajo permanecían cerca de Sunthas, Calabdur y Haedrec comían en la misma mesa que su padre, observándolo; Ezkerzen, Olyvia y Rion ayudaban al duro Gulthar a desembarazarse de la pesada carga de su equipo entre palabras dulces de recriminación; la valiente Nylia mesaba las barbas de su esposo Dîn hablándole con palabras justas y sabias para hacerle olvidar la carga; Adrahil el duro montaraz conversaba en voz baja con Mileth bajo la mirada atenta de su haya, como único alivio a su soledad; y el antiguo mercenario Forak contemplaba pensativo el fuego absorto en sus pensamientos.
Aquellos días fueron frenéticos y la llegada del Escudero los hicieron más intensos pues se desentrañó que la Dama Ethudil había sido la causante de aquel mal y no sabían cuantos más, su brazo había sido largo y poderoso, su palabra la justa y su presencia tan intensa que no solo había engañado a los viajeros, al Escudero y al Señor Spa, sino que el mismo Olorin había creído en sus palabras. Las visiones, los libros, los amigos, a todos y todo se consultó buscando el origen y razón de un odio tan duro y sordo, pero no fue hasta que en Dol Amroth, Saerol el consejero del mismo príncipe Imrahil logró desenmarañar la terrible telaraña que la Dama Ethudil había tejido en la ciudad, pues supieron en aquella noche aciaga que Ethudil había sido y era parte de la Casa de Dor-En-Ernil y que en sus venas corría la misma sangre y vigor que por las del Príncipe y que su corazón se hizo oscuro como los abismos de Dol Guldur en una la noche en la que su esposo murió y la sombra cayó sobre ella.
Así supieron que la Dama había despedido al servicio a su cargo y tomando un nuevo barco de su flota partió al sur hacía tierras lejanas, una península que traía presagios de días oscuros, sangre y acero, la península de Vamag en cuyo extremo se encontraba la capital de los Corsarios, Umbar.